Por: Eduardo Faúndez
Corrientemente los
candidatos a cualquier cargo dentro del abanico de posibilidades que ofrece
nuestro sistema político, presentan en tiempos de campaña impecables folletos
en los cuales detallan sus propuestas, sus proyectos, sus promesas. Es cosa de
ir a una feria libre una mañana de fin de semana, seguramente salgamos con más
de uno en las manos.
La primera etapa de
estas presidenciales tuvo algo de lo descrito. La generalidad de los candidatos
expuso, ya sea en sus campañas o en los debates televisados, una parte de sus
propuestas en los distintos ámbitos, destacando, sin lugar a dudas, las
respuestas a la serie de conflictos valóricos por los cuales pasa el país hoy.
Los ojos y oídos del electorado estuvieron puestos en las posturas que ellos asumen
en temas como el aborto, las drogas, el matrimonio entre homosexuales, entre
otros.
En resumen, los otrora
candidatos de la derecha y Orrego mantuvieron una tibia visión sobre estos
puntos, siguiendo con los criterios que históricamente los partidos que los
respaldan tienen. Mientras Orrego aullaba que ser católico no es una inhabilidad
para discutir temas valóricos, la derecha negaba toda posibilidad de avanzar en
modificar algunas de las regulaciones indicadas, salvo el ya célebre AVP o AVC.
Por otro lado, no es
desconocido que el único candidato que tuvo una postura radical y consistente
en estos temas fue Velasco. Cada una de sus propuestas en estas materias no
estaban sujetas a regateos ni a letras chicas: matrimonio igualitario con
posibilidad de adopción, aborto en caso de violación, eugenésico y terapéutico,
despenalización y autocultivo de la marihuana. El ex ministro de Hacienda se
sumó en su campaña a la causa en el que algunos ya llevamos tiempo, la causa de las libertades públicas.
¿Y Bachelet? Era de
suponer que la representante de la centro izquierda institucional y amplia, “progresista”
y moderada, plantearía similares propuestas a las de su ex ministro, pero no fue
ni es así. Basta con revisar su página web para darse cuenta, luego de una
búsqueda exhaustiva entre sus escasos planteamientos, que poco y nada hay de
aquella llamada “agenda valórica”, salvo una propuesta de una nueva ley de
culto, que no sé qué conflicto vendrá a solucionar en concreto. En este
panorama, no sólo es reprochable que Bachelet lleve, sin vergüenza, una campaña
“del silencio” en gran parte de los temas que son objeto de debate en una
presidencial, sino también, en especial, que no se manifieste respecto a
ninguno de los tres temas valóricos indicados, por lo cual debemos entender que
impera su “paso” y “no está en mi programa” sin restricciones.
¿Cómo deberíamos
entender este silencio? ¿Qué hay detrás de la omisión de planteamientos que
llevan años en las portadas nacionales? O siendo más concreto, ¿Qué pensará
Bachelet y su comando sobre aquella niña de 12 años que siendo violada por su
padrastro ahora será madre sin estar preparada emocionalmente para ello?
Silencio, un silencio que incluso se escucha.
Bachelet en esta pasada
no juega ni con la camiseta que muchos de nosotros rechazarían, el
conservadurismo. Peor que eso, juega con el silencio, con la omisión, con la
incertidumbre y la vacilación. Bachelet ni siquiera entra al debate de estas
libertades públicas, para muchos tan necesarias. No las acepta, ni las rechaza, no las defiende, ni las limita, no
merecen ni siquiera una línea en su escrito de programa de gobierno.
Nefasto y petulante. La candidata ni un guiño hace a la facción liberal de la
ex o actual concertación, aquella que en parte votó por Velasco, demostrando
que, con los porcentajes actuales, basta y sobra.
Las razones del silencio
son claras y la candidata lo sabe. Su mutismo selectivo se explica por el
73,06% obtenido dentro de las primarias de la Nueva Mayoría. Moverse dentro de
las propuesta liberales y/o progresistas significa perder votos de sus
principales votantes, la clase media baja y los adultos mayores, dominantes
dentro del padrón electoral en donde ese voto en más reacio a cambios
valóricos. Tales votantes se preocupan, y con justa razón, de propuestas que
concretamente constituyan una mejora económica en sus vidas.
En este escenario es evidente
la muy poca vocación de mayoría ideológica y cualitativa que tiene este refrito
de la Concertación, aquel que, revisando el equipo económico del comando, sólo
eso tiene de liberal. El emblema de la
Nueva Mayoría no tiene ánimos de mayoría, padeciendo un “sedentarismo
político-electoral”.
Repitiendo, en parte, una
pregunta antes planteada, ¿Qué les diría
Bachelet a aquellas niñas que producto de una violación quedan embarazadas y
que el Estado obliga, bajo amenaza de castigo, a parir al hijo de su agresor,
condenándolas posiblemente a la temprana pobreza? El silencio, para ellas,
no es una respuesta ni menos una solución.
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