Ya
sabemos los hechos de los últimos días. No es necesario venir a relatarlos.
Declaraciones anacrónicas, estudios, anuncios, suicidios.
Hay
dos cosas interesantes a revisar acá.
En
primer lugar, un punto más bien preliminar en esta columna, pero muy importante
para la conciencia y alma de nuestro país. Salvo algunos termocéfalos aún
existentes, hemos alcanzado un amplio consenso como país en algunos
presupuestos básicos:
Quienes
violaron los derechos humanos son unos criminales y no unos militares juzgados
injustamente. Esto se basa en una premisa aún más clara: las violaciones a los
derechos humanos no pueden ser justificadas bajo ningún parámetro moral o
jurídico. Además, los autores de aquellos actos deben ser juzgados como
cualquier ciudadano lo sería, es decir, sin privilegios.
El
otro lado de esto es que el Presidente Piñera tenía una oportunidad histórica
en esta pasada… Y, en general, la aprovechó bien. Ocupó, a diferencia del ex
candidato de su partido, el término correcto: “dictadura”. Aceptó las responsabilidades de civiles de su
sector. Coronó esto cerrando el penal Cordillera, la mayor demostración de los
privilegios que tienen los militares que violaron derechos humanos.
Es
cierto, la tarea no está completa, pero el estándar de justicia ha mejorado.
Piñera, con esto, avanzó en una labor importantísima para la transición (sí, la
misma que ha durado más que la propia dictadura): irle devolviendo a su sector
los tintes democráticos, desterrando a los que no aceptan sus culpas.
La
derecha hoy comienza a partirse en dos. Los viejos, los colaboradores del
dictador, los que aún justifican lo injustificable y evaden las preguntas
complicadas. Por otra parte, la derecha demócrata, la derecha nueva. Aquella de
la que, sin duda, Piñera es el líder. Ojalá esta sea la que alcance la
hegemonía prontamente en ese sector político. Se necesitan interlocutores cuya
moralidad sea menos cuestionable.
En
septiembre, Piñera ganó. El “traidor” ganó.
Richard Tepper
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